Tic, tic, … tac. Aquel reloj no
funcionaba como se suponía que debía hacerlo. Hacía años que había perdido una
de sus manillas, la mayor, la que, para muchos, era la más importante y, sin
embargo, seguía en marcha. Cierto es que tenía más cachivaches como aquel (y en
mejor estado) pero, poco a poco, decidió no mirarlos. No le interesaban. Su
achacoso despertador sólo era capaz de marcar los minutos y los segundos así
que, en cierto modo, no existían las horas. Así podía ser la que a él le diese
la gana.
Con el tiempo aprendió a
disfrutar de su tiempo.
Hay quien dirá que aquel reloj
estaba roto pero ¿y si eran los demás los que no funcionaban bien, los que iban
demasiado rápido? ¿Cuántas personas podían decirse dueñas de un reloj que
“regala” horas?